jueves, 5 de noviembre de 2009

Pirilo

Bodegón sin mesas, Pizzería sin platos, rincón de san telmo que no hace esfuerzos en atraer a ningún turista (van quedando pocos). Lo de rincón no es ninguna metáfora, 2x3m para los clientes, un mostrador y un horno pizzero atrás. Solo con eso, me da momentos de placer únicos, o tal vez, en vez de "solo con eso" sería "en parte por eso".. Después de todo, eso es lo que le da una mística especial al lugar, la autenticidad en la era de las apariencias.

Todavía me acuerdo el día del descubrmiento. Salía por primera vez con Sofía, dos días después de los primeras caricias en mi casa, habíamos caminado desde congreso hasta san telmo, agarramos Defensa y cruzamos Independecnia en dirección de la Plaza Dorrego. Veníamos contentos con los albores del amor en puerta, cuando algo me puso en alerta, un pequeño bodegón con solo 3m de local a la calle, lleno de gente, y un olor que me sedujo. Con lo que me gustan ese tipo de lugares! Asomé la cabeza, como queriendo chusmear, cuando un tachero (Nunca supe realmente si era un tachero, pero estoy seguro de que así era) que estaba parado en la puerta me dice: -Pasá y comete una, es la mejor pizza de Buenos Aires. Con cara de quién busca un cómplice la miré a Sofía, por suerte la respuesta fue positiva. Antes de codearme para pedir las respectivas porciones, puse cara de buenito y le pregunté, "te jode si como una fugazzeta?", sabiendo que iban a venir besos con gusto a cebolla buscaba liberarme parcialmente de la culpa de quedar con el aliento de un tigre salvaje. Primera salida con quién algún día se animaría a llamarme novio, y yo comiéndome una fugazzeta rellena, chorreándome aceite por todas las manos. Ella fue por una de muzza. Simples, sabrosas y distintas a todas las demás, esa fue la sensación. De la mano, grasientas, seguimos caminando. Tres horas más tarde nos cruzaríamos con la pirila que atendía el local ese día, cincuentona, cara de pocos amigos, voz levemente ronca y despreocupada en sus apriencias. Estaba paseando a un perro a la madrugada, imagen que tengo bien guardada en la memoria, aunque no sabría decir bien porque. En el momento me había parecido una escena bizarra, la doña me hizo recordar la loca que hay en todos los barrios que cuida gatos y anda por las calles con cara de pocos amigos. Que flojo que estuve...

Así fue que conocimos Pirilo. Luego las visitas se harían costumbre e iríamos descubriendo más cosas sobre esta pizzería. En el pequeño local la pizza se vende en porciones de una forma cuasi triangular en el mejor de los casos, ya que sale del horno en una pizzera gigante (más de 50 cm de diámetro) y se van cortando porciones como se puede. En el local no existen los platos ni los cubiertos, las porciones son entregadas en mano por la Pirila de turno (son 3 hermanas, hijas del ya fallecido Pirilo) solo con un piloncito de servilletas para no macharse demasiado, ya que a la larga el aceite atravieza todo. Los gustos disponibles en el mostrador son muzarrella, fugazza, fugazza con queso (fugazzeta) y fainá. Así de simple. Todas en el molde gigante, excepto por la fugazzeta que sale en uno chico. Cuando se va terminando la de muzzarella, se escucha el gritó de "Pizzaaaaa!" de la pirila al pizzero, dando la señal de que prepare una nueva porque ya queda muy poquito en el gran molde.
Un día viendo al pizzero descubrimos que la pizza la cocinaban al revés! Así es, aunque usted no lo crea el lado del queso para abajo! Cuando está lista se la da vuelta, y el queso increiblemente queda adosado a la pizza y no a la fuente. Luego escucharía que el truco está en que el horno es de leña, además del cuantioso aceite que se le pone en la base de la fuente.
Ya he hablado mucho, ahora les toca a ustedes acercarse y conocerla. Mi favorita: muzzarela con faina. Cuando está recién salida del horno es inigualable. Horario recomendado: 19-19.30. No se confien de los horarios, uno se puede encontrar con la persiana baja, y encontrar una nueva definición de desilusión: Ir a San Telmo, que Pirilo esté cerrado, y tener que consolarme con sacarle una foto pensando que tal vez algún día le haga un homenaje en un blog.

miércoles, 27 de mayo de 2009

El Fanático

En una sociedad tan futbolera como la nuestra, el fanatismo por los colores de una camiseta es cuenta corriente. El fanático desde chico empieza a impregnar su vida con los colores y nombres de la camiseta que eligió o le hicieron elegir, por más que uno diga que "de river se nace" y "se lleva adentro", la racionalidad nos dice que no. Ahí es cuando queremós mandar a la razón bien lejos, sentirla que está tan lejos como cuando a la madrugada y con sueño se espera, luego de un largo rato y ya con desesperanza, el colectivo que después de una hora y media de viaje nos dejará en nuestra cama. Que lejos que uno se siente! Ahí la mandamos a la razón por un rato, porque yo me quiero creer que soy de river desde la cuna y que es un sentimiento, papá! Me gusta ese romanticismo y esa magia de pensar que los colores vienen en una combinación proteíca del adn, y que uno a la larga termina sintiendo que realmente es así. Este autoengaño infantil, al contrario de otros, lo considero sano e inofensivo.
Les decía que de chico se empieza con el babero y la camiseta, uno va creciendo y entra al colegio, y ya se empiezan a armar los river contra boca en los recreos, las gastadas de los lunes; aparecen las carpetas del colegio llena de intentos de dibujo del escudito de tu club, los márgenes de las hojas con interminables leyendas de "river", "ortega", "francescoli" y pronósticos al estilo "River 3-Boca 1". Se sigue creciendo, los posters de tus jugadores preferidos se empiezan a mezclar con la bomba del olé que salió con la tanguita de river, y encima ahora somos más rebeldes, alguno que se hace el tatuaje, y uno se da cuenta que la racionalidad por suerte no la mandó tan lejos. Y así se sigue por la vida, los años pasan y muchos dejan ese fanatismo de lado, otros no dejan el fanatismo pero si el maquillaje, unos se vuelven menos optimista y más criticones y lo único que saben ahcer es putear a los jugadores por no ser siempre los mejores. El que tiene la suerte de llegar a su autito, le pone la calcomanía o la medallita colgada del espejo, y así se sigue por la vida. Una vida, a veces frustante, otras veces agitada, con muchas responsabilidades, y los colores que por momentos se diluyen y por otros se hacen más fuertes que nunca, dando la chance de tener algo que festejar o con quién descargar los fracasos. Todo parece estabilizarse, pero aparece el crío, y la locura de vuelta, la camiseta para el día del nacimiento, el baberito, y el debut en la cancha, si es que la doña lo deja... La rueda vuelve a girar y un nuevo ciclo comienza, el ciclo no es eterno, es más bien caótico. El nene que salió poco fútbolero, el cuñado que te lo hizo de la contra, y una ilusión que se apaga, una rueda que se frena. Pero la vida sigue, y como el fútbol, siempre da otras alegrías.

Usted se preguntará que tiene que ver esto con un rinconcito de Buenos Aires, y es ahí cuando le dejo esta postal. El tanque del millo que asoma sobre los techos del barrio matancero La Reserva. La diagonal trazada con pulso firme, y el color que mantiene su fuego. El tanque imponente, más lleno de ingenio y fanatismo, que de agua. Y mil historias posibles. El padre pintando con el hijo, y un cuartito de lata de pintura que sobra; los pibes que mientras toman una birra en la esquina, se les ocurre la pintada; y así historias que vienen y van, como me gustaría haber sido el protagonista! No importa que después me hubiera olvidado, y por años ni me hubiera acordado, hasta que llegara el día de cambiar el tanque que no da más. Me imagino subiendo al techo, y ver los restos de esa diagonal roja ya desgastada por la intemperie; al principio no me doy cuenta que es, pero la banda se reconstruye, y la lágrima se pianta, el recuerdo que florece y por suerte, la razón que se va lejos...